Monday, January 15, 2007

Vodafone

Se me ha muerto el móvil. Aunque, como todo ente excepcional (y mi teléfono lo es), al tercer día volvió a la vida. La cuestión es que, de buenas a primeras, en su pantalla pasó de aparecer aquella foto que siempre me acompañaba, a verse... la nada. Una pantalla en blanco, sonidos inconexos y luces que brillaban, sin ningún tipo de criterio, eran las únicas muestras de inteligencia (artificial) que permitían mantener la esperanza y no considerarlo todavía objeto destino del reciclaje industrial.

Así que diez meses nos ha durado el aparatito. Vaya éxito. Me resigno al troncomóvil de mi madre, siempre listo para situaciones de emergencia, pero que de poco me servirá cuando tenga que atravesar las fronteras de esta extraña entelequia llamada España, en apenas 3 semanas, para adentrarme en el Primer Mundo (llámese Gran Bretaña). En esto que caigo que si el éxito ha durado 10 meses, el producto sigue en garantía y, armado con el más puro espíritu inconformista de cliente Corte Inglés, me dirijo al local donde contraté los servicios de Vodafone, dispuesto a ejercer mis derechos como parte contratante.

Una tienda de Vodafone en Navidad debe ser un infierno, porque el resto del año ya es imposible no llevarse las manos a la cabeza. Después de entrar y conseguir aclimatarnos a la temperatura de 40 grados centígrados a la sombra del antro de 4m cuadrados (podían poner un perchero para las bufandas, gorras, gorros, chaquetas y demás que las personas normales solemos llevar cuando hace frío), comenzamos a analizar la situación: cinco clientes que hacen cola, de los cuales nadie es el último, una pareja sudamericana que quiere cambiar el teléfono porque se le ha desactualizado el software (¿no sería mejor actualizar el software?), una señora que no puede usar su móvil porque cuando llama le dicen que no es de Vodafone (¿quién se lo dice? ¿si no lo puede usar, cómo diantres ha llamado?) y una señorita con unos pendientes muy curiosos que, a toda respuesta, declara: "se ve que hay una incidencia" (hasta ahí hemos llegado solitos, no hacía falta venir a la tienda).

Entonces vengo yo, con mi cadáver celular, y le explico que está muerto. Lo encendemos y, como por arte de magia, la pantalla cobra vida, pero con sentido del humor. Las imágenes se desplazan lateralmente y debes usar el móvil sin mirar la pantalla si no quieres marearte. Dudo un momento sobre si dejarlo para reparar o no, pero llego a la conclusión de que no quiero que parezca que miro un partido de tenis cada vez que enciendo el teléfono. Lo abandono a su suerte y, recurriendo al precedente de mi hermana, que tuvo un percance similar, pregunto de manera inocente si me van a dejar uno de repuesto. Me responden que sí. Me preguntan a qué país me marcho en febrero. Le digo que a Inglaterra. Me dice que allí no me va a funcionar. Entonces veo el teléfono de repuesto y me reprimo para no decirle que no es que no funcione en Inglaterra, sino que eso probablemente no funcione ni en Zambia. Firmo los papeles y me llevo el cacharro, teniendo claro que quedará abandonado en casa, mientras yo sigo usando el troncomóvil de mi madre.

¿Conseguiré tener mi teléfono listo para el 4 de febrero, día previsto de entrega y fecha de mi vuelo de ida a Londres? ¿Quedaré incomunicado en las Islas Británicas? ¿Aguantará el troncomóvil mi ritmo de vida durante las proximas tres semanas? Las respuestas a todas estas preguntas y muchas más, próximamente en Tortilla Quemada...

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How To Save A Life
By The Fray
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