A veces, cuando no sé sobre qué escribir o de qué hablar, me paso horas dándole vueltas al asunto o buscando algún apunte de interés que sacie mi sed de redacción y me permita salir del paso. Sin embargo, hay otras en que uno preferiría no tener de qué hablar. Esa ha sido la sensación que he tenido hace unos minutos, cuando me han comunicado la muerte de Ryszard Kapuscinski.
Para muchos será un desconocido, pero para los que, por fortuna o por desgracia, nos movemos entre libros, o para aquellos que alguna vez hayan asomado el hocico al mundo del periodismo, Kapuscinski siempre ha sido y será un referente. Padre del periodismo moderno, ejemplo para cualquiera que pretenda hacerse llamar reportero y, ante todo, profesional honesto y comprometido con el auténtico sentido de la profesión que ejercio a lo largo de su vida: la verdad. Porque los cínicos no sirven para este oficio, como bien reza el título de una de sus obras, aunque sin duda su buque insignia, el que ha sido considerado por muchos su mejor libro, fue Ébano, publicado en 1998.
Kapuscinski ya no está, pero su obra queda para la posteridad. Todo sea que almenos unos pocos sigan teniéndola en cuenta...
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