La delgada línea entre el éxito y el fracaso

Ahora mismo, estoy satifecho. Siento esa satisfacción que uno siente cuando las cosas le han salido bien. No es la satisfacción de un hecho puntual o de ver que algo funciona, sino la satisfacción del que puede sentarse a observar su obra y digerirla con calma, sin prisa, porque ya está hecha y nadie la va a estropear. Evidentemente, sé que no puedo regodearme en ella más que unos minutos, pero prometo disfrutarlos. Es la calma después de la tormenta, una tormenta que ha tratado de devorarte pero a la que has sabido ganar la partida. Con mi L de novato sobre mi escritorio y nuestras entradas para el Madison impresas en algún lugar de América, hoy me siento feliz y puedo decir que he conseguido lo que quería. Mañana, seguiremos trabajando, como cualquier otro. Es la delgada línea entre el éxito y el fracaso. Todo puede relativizarse, pero nos marca irremediablemente y, como le he dicho a mi madre, "si ayer no hubiera aprovado el exámen de conducir y hoy me hubiese quedado sin entradas para el cumple de Elton, ahora mismo no me estaría comiendo este hígado con patatas..."